Recuerdo que siempre he sido una niña dedicada y estudiosa, era de las mejores en mi aula. La verdad es que todo inició tal vez cuando mi padre me daba clases de algunas materias, especialmente matemáticas. Se ponía como todo un padre responsable a enseñarme su disciplina preferida, y yo era muy buena. Inclusive en esas épocas de seis a nueve años me llevaba algo más que adelantada a lo usual en mis clases escolares, pues realizábamos los ejercicios de los libros -aquel de tan llamativo nombre, Ingenio matemático- antes de haber visto los temas en el colegio. En cuestión a otras materias no era tan evidente como en las matemáticas pero estaba muy al pendiente haciéndome preguntas acerca de naturales, español, ortografía o lo que veía en la televisión relacionado con geografía, en fin cosas académicos.
El hecho es que sus enseñanzas, aunque provechosas, eran bastante terribles para una niña de mi edad, pues me inculcaba temor al error porque me censuraba fuertemente, me trataba con palabras obscenas y groserías en las que me juzgaba de idiota, y todos los sinónimos que haya, que es mejor no nombrarlos para no ensuciar este escrito.
Cuando pronunciaba mi nombre así de pronto, me asustaba por saber que se refería al dictamen de sentarnos en la mesa de comer y ponerme la tarea. En esos momentos me preocupaba el no entender algunos conceptos y no saber cómo formulárselo, debido a que él podría entrar en furia y ¿tal vez me pegará? Aunque ahora que recuerdo creo nunca lo hizo por una razón parecida.
De esta forma mi papá me infundió mucho el hecho de estar haciendo labores productivas y no “pasar en la calle” como decía él. Pues por andar por ahí “juegando y sin chanclas” ¡uff! Cuántas reprimendas y correazos no me gané. De dichas situaciones asimilé que el estudio es muy importante y el hecho de aprender para la vida. Sin embargo, reconozco que me eduqué, más bien, para manejar mi tiempo entre lo divertido y lo académico. Porque realmente haciéndome una introspección, lo que soy es alguien responsable ante todo, aunque me guste divertirme como cualquier nerd no haría por estar ocupado estudiando o pensando que “salir es malo”; lo que soy es por mis propias convicciones y no la presión de mis padres, sinceramente es porque soy “conciente”.
Pienso ahora que aquellas fueron las mejores enseñanzas de mi infancia y quizás de mi vida, más que la de mis profesores, mi mayor profesor: mi papá, que no sólo me enseñó matemáticas y demás, sino a habituarme para lo importante en mí camino.
Sin querer oscurecer la imagen que hasta el momento les llevo de mi padre, reflexiono, ahora que estoy grande, que no me puede pegar, llego a las tres am., estoy en la mejor universidad del país, me visto como quiero, vivo lejos de mi casa, entre otros; lo que resultó equivoco a partir de esa experiencia, es crearme un cierto miedo y poca confianza hacia él, tanto para no poder sentarnos a entablar una conversación de 20 o 30 minutos, a menos que esté borracho. O todavía ponerme nerviosa cuando me pregunta algo y no lo sé. Duro dos o tres días haciéndome la misma pregunta: “¿Zalma, cuál es la capital de Tailandia?”, yo respondí temerosamente, “papi, no sé”. O supongo que era para que yo no olvidara la respuesta: “(Gritando) vaya al colegio que le devuelvan la plata, esos profesores que no saben na’; y vaya busque el diccionario”, o tal vez comprobar que entre veces no era la “idiota” que aun creía ¿o cree? “Papi, es Bangkok”.
Zalma Salcedo
Bajo Cauca.
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