Sentado en una silla dura, un lugar silencioso, en el que se respiraba una confortable paz que al mismo tiempo se entrelazaba con el cantar de los pájaros que adornaban los pasillos de aquella tranquila casa, ahí estaba yo, esperando a una persona que jamás había visto en mi vida, es más, aún ni el nombre le conocía, pero de todas maneras lo seguía esperando mientras observaba aquella bella fotografía del Viejo Peñol firmada por un tal Antonio Morales. Unos ruidos se escucharon en el segundo piso, por las escalas descendía un hombre más bien joven, vestía elegantemente y con un tono y un apretón de manos fuerte pero amable me dijo: “que hubo joven, ¿cómo vamos?, que pena la demora…”, desde ahí fueron muchas las veces que lo tuve que esperar en aquel lugar, otras veces en su cuarto, otras a la salida de misa o mientras conversaba con otras personas, desde ahí aquel hombre se convirtió en mi jefe, pero también en mi amigo, en mi concejero, es más, me atrevo a decir que en un segundo papá para mí.
Llegué a ser su pupilo, hoy creo que ya no lo soy, es una lástima, le aprendía mucho, le servía con respeto y con admiración y él me recompensaba con inmensa gratitud y con aprecio, además se pasaba bastante bueno a su lado, fueron muchos los sitios en que compartíamos: en la emisora, yo ponía la música y manejaba los controles, el hablaba: "¡negro sáqueme al aire!", así fuera en mitad de la canción de los 60s, 70s u 80s que en ese momento sonaba, aunque me parecía charro, yo sólo obedecía y me dedicaba a reírme con todas las bobadas que decía frente al micrófono; en su cuarto mientras observaba todas las cosas bonitas que le regalaban me burlaba cuando repetía el “usted es una perra y malparida”, que decían las viejas borrachas que no lo dejaban dormir los domingos, o cuando me decía: "voy a atender a una de mis niñas, no se quede viendo porno en el computador"; ni siquiera en misa se ponía serio: "¡negro hijuemama!" decía pasito mientras me daba el saludo de la paz.
En los encuentros juveniles, en las integraciones, en las pastorales, en la comunidad, era el que hacía los chistes, el que más gozaba, el más extrovertido, yo le admiraba mucho. El hecho de que a todo mundo atendiera, que se encargara de lo que los demás deberían hacer pero no lo hacían, de que era muy loco pero a la vez muy centrado en su profesión, hizo que se convirtiera para mí en un modelo de persona que se toma muy divertidamente la seriedad de la vida y de lo que se hace. Con su confianza y con todas las actividades que me encomendaba: la emisora, la pastoral, la catequesis, entre muchas otras, fue el culpable que me diera cuenta de mis capacidades, de lo mucho que puedo hacer y es en parte responsable de lo mucho que soy ahora: de mi estudio, de mi trabajo, de mi vocación y de lo que quiero en un futuro, pues más que un sacerdote, fue un guía para mi vida…
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