Mientras me levanto medio dormido a ponerme la ropa requerida para lo que voy a hacer, siento el paso de algunos vehículos frente a mi casa y el ruido generado es más fuerte de lo habitual; salgo de mi habitación y me dirijo a la última de mi casa y allí calzo mis pies con un par de botas de caucho.¡Ya estoy levantado!, le respondo a mi madre quien sigue llamándome con voz alta, me dirijo a la sala y allí tomo en mis manos una linterna que alumbrará mi camino, me pongo una gran chaqueta para abrigarme del frío que me espera a fuera y por último cierro la puerta de mi hogar.
Miro a mí alrededor y en las pocas casas vecinas, noto una pequeña luz encendida que se deja ver por una ventana en medio de la absurda oscuridad, enciendo la linterna y cojo camino con mi padre para dirigirnos al ordeñadero, delante de nosotros van con las canecas Tola y Maruja, dos burras que nos colaboran cargando las cosas necesarias; en el camino poco movimiento se encuentra, mis labios los siento fríos al igual que mis mejillas, y mis brazos tiemblan involuntariamente, en medio del aire frío una dama parece extender su manto y cubrirnos totalmente, es en ese instante donde se divisan unos pequeños puntos blancos cubrir las montañas, es en ese punto donde la escarcha acompaña al cielo lleno de gigantes astros de fuego, los cuales se están dando mutuo calor para ofrecerle nitidez a la luna, que hoy parece una gran diosa, tratando de penetrar aquel manto y como si fuera poco, de vez en cuando el firmamento me permite observar una fugaz estrella para alegrar mis ojos.
Los pastos están húmedos y el recorrido es algo tedioso ya que el terreno posee algunos altibajos, pasados algunos minutos llegamos a al lugar de trabajo, ubicado en medio del potrero, rodeado de vacas y al a la intemperie del clima. Después de dos horas y media aproximadamente, mandamos las canecas con leche en las burras y me dirijo nuevamente a mi casa en compañía de mi padre, la linterna se encuentra en mi bolsillo y en el cielo ya se divisa el Señor sol, que indica la finalización de la primera labor del día para mi padre y el inicio de un nuevo día académico y social para mí.
Hoy tengo la dicha de observar cómo los rayos del sol acarician esta tierra, tierra que me alimenta y me permite hacerlo, tierra que me resguarda; tierra que con el aire despierta las hojas de los árboles, tierra en la cual el canto del pájaro, el del gallo, el ladrido del perro, el sonido del agua corriendo por las montañas y el de los carros, motos, bicicletas y caballos pasar frente a mi casa, hacen que cada minuto del amanecer sea un torrente de frívolas emociones. .
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