CARNICERÍA SABATINA

A la expectativa comenzaba aquel día de agosto ante la llegada de los hombres que meses atrás habían sembrado y cosechado el pánico en la región, combatientes vencidos que sin honores cargaban quizá un número no identificado.
Muchos habitantes desearon ver entre ellos , el causante de su tragedia, otros se resignaban a verlos como una masa de una obra mal formada , o como una plaga que tenía que extinguirse; pero yo la secretaria del Registrador municipal, trataba de ignorar la situación, levantándome muy temprano para prepararme el desayuno acostumbrado en los sábados , con una floja convicción de no tener que presenciar eso que parecía ser un espectáculo, pues mi jefe había prometido excluirme del grupo de trabajo para evitarme un choque emocional, como el que me produjo el levantamiento de las niñas guerrilleras, que según el inspector de policía habían sido ajusticiadas por sus compañeros, cuando intentaron escaparse a la cabecera municipal.
Terminaba de mordisquear el desayuno, cuando el teléfono me obligó a levantarme de la mesa.
- Si Señor cuente conmigo, me organizo y salgo para allá. Un frío sepulcral se apoderó de mis células, entonces me dije: esto tampoco me matará, lo más duro ya lo vi. Entonces mientras automáticamente me vestía, recordé la falda azul y el peinado con el que me preparé el siete de mayo para asistir al funeral de mi prometido, un joven suboficial que entregó su libertad y vida, por una causa que consideró valiosa pero luego calificó como ficticia, pero el destino no le permitió escaparse. Sabía que debía cubrirme con una coraza…
El corazón aceleró su ritmo, cuando de lejos vi el festín alardeante de las aves carroñeras sobre las rejas de la morgue municipal. Al presentar mi credencial en la portería, aspiré lo nauseabundo de la tragedia, mientras los músculos de las piernas se contraían y un sudor frío se apoderaba de mis manos. Sin embargo me resigné a ver y sentir lo que no quería, acomodándome los guantes, el delantal y el tapabocas e intenté portarme como una profesional en el caso. ¡Dios mío!, ¿cuando dejamos de jugar a los pistoleros para asesinar a los que también aprendieron a odiar? me preguntaba cuando unos voluntarios enfilaban en el pasto cerca de medio centenar de cadáveres destrozados parecidos a imágenes de las más horrorosas películas que siempre evitaba, pero que en ese momento no podía ignorar. Acababa de cumplir los veinte años y tal pareciera que un velo se esfumaba de mis ojos y me rasgaba el corazón. Sobre todo cuando vi entre ellos a Muñetón, un moreno de estatura alta, que cuando era niña iba a mi pueblo a representar a su colegio. Este atleta era un fijo ganador de maratones de atletismo, pero al salir del colegio se integró a las filas del ELN pero cuando las AUC incursionaron en la región, lo vimos lucir sus insignias; se dice que sus antiguos comandantes lo pusieron como objetivo militar para “vengarse con todas las de la ley”. Al tomar sus manos para reseñarlo, pude ver en su tórax, una leyenda hecha con un arma cortopunzante que decía, soy de las FARC. Que ironía, ahora de qué servía si ya no respiraba, sus piernas de atleta no estaban llenas de victoria sino de sangre…
Al comenzar la tarde quería salir corriendo, porque un nudo se ubicaba entre pecho y garganta, pero solo sucedió hasta las seis. Me parecía que la gente podía leer cuanto me estaba doliendo. Cuando estaba bajo la ducha en mi casa, me sentía rodeada de fantasmas que esta vez querían adueñarse de mi cuerpo.
Esa noche, fue solo el inicio de largos insomnios, en donde las imágenes que no quería recordar se repetían, se repetían, regresan…