El monstruo que casi tumba el rancho de Germán.

Racs, racs, racs, -si oyes, es él, amigo tengo mucho miedo. Cuando Germán me mostró lo que pasaba quedé impactado, el tambo se movía de un lado a otro cada vez que se escuchaba eso que se repetía cada minuto y que solo me inspiraba ganas de salir corriendo del tambo para no volver más.
-Es él amigo ¿qué hacemos? No me dejes solo, no hay luz y tengo mucho miedo, -calma no puede ser él, ese solo existe en la mente de los cagaos como tú. Paro una vez más se repitió el racs, racs, racs y esta vez con tanta fuerza que hasta cayeron los hilos y las tijeras que estaban en lo más alto del chifonier, el temblor de las tablas que al mismo tiempo eran el piso, hizo que yo cayera también, ya en el suelo, sentía que el corazón se me iba a salir, estaba a punto de gritar a todo pulmón, cuando de repente, un racs, racs, racs que estaba acompañado de otro sonido, el de un animal, el de una fiera gigante o un monstruo, no sé. Empecé a pensar en lo que decía Germán, el diablo existe y nos va a devorar a los dos. Intenté calmarme un poco y reflexioné, “yo soy el mayor tengo que dar ejemplo y enfrentar esta situación sea lo que sea”.
El tambo parecía caer, y yo encomendado a mi Diosito emprendí camino a la cocina, cualquier cosa que sea la que esté moviendo esta casa tendré que descubrirlo y si puedo lo enfrentaré, agarré la velita que mi abuela mantenía pegada en un platico, prendí un fosforo y ¡listo! Había luz en el tambo.
No había ningún monstruo acompañándonos, eso nos calmó un poco, pero el racs, racs, racs seguía y nos dimos cuenta que esa cosa maligna que nos asustaba estaba debajo del tambo, yo ya estaba un poco más relajado aunque todavía nervioso, pero bajé, todo fue mucho más complicado allá, la velita se apagó, pensamos que era nuestro fin, Germán me agarró muy fuerte de un brazo y yo con el otro trataba de prender de nuevo la vela, pero no funcionaba, el fosforo no quería dar candela, hasta que prendió, entonces prendí la vela y allí estaba el monstruo Intentando tumbar el albergue, golpeaba los troncos de madera con los que se sostenía la pequeña casa. Yo no lograba identificar muy bien de que se trataba, estábamos muy pálidos y aunque no queríamos demostrar más miedo, no pudimos contener ese gran grito que pegamos cuando el monstruo corrió justo a donde estábamos, cerré los ojos y seguí gritando, ya me imaginaba hablando con Dios. Cuando de repente, Germán dejó de gritar, y en un momento pasó de los gritos a la risa, jajajajajaja, de que te ríes si ya vamos a morir, -no, Iván abre los ojos, ese es el marrano de la vecina que estaba rascándose el lomo en los troncos que sostienen mi ranchito. Abrí los ojos y jajajaja solté una carcajada también.

IVAN FERNANDO VEGA