El día estaba un poco frío, y ya la punta de mis tenis estaban mojados por el rocío o la humedad que traía esa mañana de jueves y mientras recorríamos el lugar observaba inquieta los avisos, almacenes, carros, edificios, tiendas, carteles, gente, en fin, no es que antes no hubiera estado en Medellín, lo que pasaba es que desde el cielo hasta las carreteras y personas se hacen un poco diferentes en esta ciudad, esta defensiva espiritual, esta falta de sonrisas y de coro jubiloso, tal vez no es todo Medellín, tal vez es esa parte que conocí la que es tan diferente a Rionegro el municipio donde vivo.
Vimos la venta de minutos y pasamos de largo, doña Inés atendiendo la tienda de la esquina pero ni siquiera entramos, algunos niños con gorra y patineta haciendo paradas, la madre con su hija llevándola de la mano para cruzar el semáforo. Llegamos, me dijo Laura, yo con más curiosidad que pena, entre, salude y observé.
Laura vive en el barrio Laureles con su padre, abuela y dos hermanos, “mi casa es una casa sencilla, de ladrillo y todo pero es vieja” me dijo, y es cierto, es una casa antigua sacada de revista, un sitio muy bonito y agradable pero en el que a pesar de esto casi no pasa su tiempo, lo pasa en la universidad, en la iglesia, en el centro, en Rionegro, pero no en la calle 80B. Dos pequeñas palmeras rodean la entrada y una puerta gigante de madera deja anunciar al invitado. Entre conversaciones, risas y anécdotas van transcurriendo los minutos, sentada en aquella sala de color oscuro, me cuenta que deambular por esas calles planas que son de ella, es la mejor opción para pensar y hablar con Dios y el mundo, es en ese tiempo donde surgen las mejores ideas para escribir o tocar la melodía en el piano, es en el andén del frente, en el poste del vecino, en la sombra del árbol, es en el barrio, en su barrio.
Se extiende por medio de un corredor que atraviesa la casa desde la puerta hasta el patio. Es el primer piso de una construcción de tres pisos lo suficientemente grande para jugar a las escondidas y no encontrarse jamás, aquella casa que es más larga que ancha donde los sueños están muy cerca de Dios. Esa es la calle 80B, la calle en la que Laura Monsalve vive hace poco, algunos cuatro o cinco meses, la mañana se iba acabando y con esto también el fin de mi visita.
Recorrí el lugar, el viaje fue largo pero llegué, y después de todas las cosas, de observar tanto, de escuchar tanto, de oler tanto, llegaba otra vez a Rionegro, después de la invitación de Laura, de las galleticas y el jugito de guayaba de la abuela, y con 1800 pesos en mi bolsillo.
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