Jesús y San Pedro aparecieron, me encontraba en las nubes observando cómo se hacía la solicitud de un milagro en el cielo, fue cómico, mientras don Jesús estaba recostado en la cama, delegó a don Pedro la labor de saciar las necesidades de sus hijos en la tierra. Él, gordo y barbado, como buen empleado acudió las órdenes de su señor patrón.
En la exactitud del momento se escuchó un fuerte y degradante pitido que daba indicación a la apertura de las puertas del paraíso, arrumados todos y empujando con gran fuerza, ahí estaban, todos los hijos de don Jesús peleándose por conseguir un lugar en aquel sitio soñado, pero como de eso tan bueno no dan tanto la gran mayoría se quedó por fuera.
Con duras carcajadas el patrón insistía a don Pedro que se encargara de su labor, eso sí, persistía en que lo hiciera rápido y eficiente, su hijos asombrados lo miraban y simultáneamente dejaban ver en su cara la gracia que producían las palabras que salían de su señor padre.
Mi estancia en el cielo estaba a punto de culminar, entre nubes y constantes lluvias salió otra voz que anunciaba la finalización del recorrido, abrí mis ojos y cuando menos pensé don Jesús había desaparecido. Todo fue un sueño, ni el cielo, ni Jesús, ni San Pedro, ni las nubes, ni los hijos eran reales, todo fue una alteración en mi mente que supongo fue producida por aquel fuerte dolor en la cabeza que me había generado la congestión en la ciudad.
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