INVERSIÓN DE TIEMPOS: ¿CUÁL ES LA MADRE?

Un par de años atrás, presencié una escena, que hasta hoy me deja totalmente conmovida. Ella, acurrucada en su regazo, parecía experimentar de la satisfacción de cualquier infante.
Desde hace 10 años, su hija Edilma Amador, se hace cargo de suplir sus necesidades, puesto que su incapacidad física y mental, le imposibilitan valerse por sí misma, sumando también sus 86 años de edad
- “Paloma ¿es que no va a traerme el almuercito que prometió?, estoy a punto de morirme de hambre”. Es lo que grita con voz enérgica, aquella consentida abuelita.
- “¡Ya voy mi niña! Contesta Edilma, mientras termina de colocar los alimentos en una bandeja de madera. Se acerca al cuarto y rápidamente le acomoda un babero y la sienta entre almohadones para que se pueda mantener cómodamente sentada. Con cada cucharada que le lleva a la boca, la niñera añade un beso en la frente de su protegida; doña Pastora, responde con una mirada serena, repleta de gratitud. Al terminar, Edilma pregunta:
- ¿Cómo se dice?
- ¡Muchas gracias, Señora!, dice tiernamente la anciana.
- ¿Usted si me quiere mamá?,
- Claro que sí, porque Usted me quiere a mí Palomita. Edilma, dice que así la llama desde que era niña, por su actitud bondadosa, por su agrado con los servicios de la iglesia.
Nuevamente, la acuesta en su cama tubular y la Señora de 86 años, se queda dormida, tras tararear una canción infantil, sólo se oyen los ronquidos. Entonces, la niñera, me invita a la cocina, en la que conserva una gran colección de artículos que tienen más de 100 años -dice Edilma- y que cuentan la historia de tres generaciones de su familia. Me sirve un café y se muestra satisfecha por terminar la primera jornada del día, la primera porque la segunda comenzará más o menos en 2 horas que dura la siesta de su mamá y que termina muchas veces a la madrugada del siguiente día cuando Pastora se encuentra enferma de demencia o la visita el insomnio. Me habla acerca de su matrimonio fracasado a falta de hijos. – Resulté siendo estéril y el Carlos siempre me lo recriminó, hasta que un día, resultó viviendo con una vecina más vieja que yo, con la que tampoco ha tenido hijos. Para ese entonces, mi papá comenzaba su enfermedad terminal, entonces mamá y yo lo cuidamos hasta el último día y ahora me dedico sagradamente al cuidado de mi vieja. Continúa entonces hablándome de su niñez. Con una gran sonrisa, parece trasportarse en el tiempo, mientras se reclina en la silla mecedora de madera. “Mis hermanas se sentían celosas porque me mimaban demasiado, claro, yo era la niña y mire lo que es la vida, María Eugenia, la ternura que la gente admira en el trato con mi madre, la aprendí precisamente de ellos.
Admiración, respeto es lo que me produce el conocer parte de la historia de ésta familia, que ha sabido sembrar afecto y recoger eso mismo. Además, la alegría me invade al presenciar un suceso de tal magnitud, que parece que a nosotros los humanos se nos ha olvidado: El respeto y consideración por el anciano desvalido, al cual, preferimos rotularlo como inservible, para tener el pretexto de abandonarlo en un asilo, o peor aún, mantenerlo en un rincón de nuestras casas, sometidos al desprecio y a malos tratos.
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