En mi adolescencia -ya fuera de mi pueblo natal-, comencé a indagar sobre otras comunidades cristianas en la ciudad de Medellín, alegando que me había cansado del trasfondo económico, político que encubren los señores curas. El entusiasmo de los líderes y pastores de las iglesias protestantes, lograron engancharme en su ideología, aunque el tema de los diezmos me pareció siempre un equivalente a los costos de las misas y demás cuentos para sacar la “platica” del creyente corazón, del bolsillo del ingenuo.
Tras el rito de iniciación en la comunidad, que prefiero olvidar el nombre y que para esta ocasión llamaré X, comencé a ver al demonio del pecado persiguiéndome en las costumbres más colombianas como la de comer morcilla, o celebrar las natividades con alumbrados de colores – entre innumerable lista de prohibiciones-, pero eso sí, el cabello debía ser largo y ni se diga de las faldas. En un principio, puedo confesar que me sentía como en un idilio, en donde mi amante tenía dominio sobre mí, en este caso, lo que decía mi líder lo trataba de llevar hasta las últimas consecuencias, incluso el quedarme con poco dinero para el mercado, para poder cumplir con la cuota con la que ellos si pueden comer bien. Entonces comencé a escuchar la voz de un pequeño demonio -o de ángel- que me decía que estos señores, sólo se portaban como unos vividores; pues si es tan serio el amor por el evangelio –del que rescato las palabras de Cristo: “Haz con tu hermano como quieres que se haga contigo”- ¿Porqué ese reiterado afán en inculcar lo de los diezmos y las ofrendas?, ¿acaso no debería primar lo espiritual sobre lo que a veces tildaban como cochino dinero? O, es que sólo se trataba de un sucio intercambio en el que ellos veían materializado su ideal económico, mientras nos dejaban con un innumerable cúmulo de deseos a futuro.
Un día decidí no volver. Mi matrimonio pasaba por una infernal etapa, pero esos que hablaron de amor y asistencia al triste, nunca dejaron ver sus rostros, excepto una vez que me encontré con un mal llamado hermano y me dijo que (…) en fin, la forma en la que milenarios personajes bíblicos lograron salir de sus problemas.
Otro día decidí regresar, la verdad, casi me vuelvo loca. La explicación fue que el dominio de los demonios que traía conmigo, no querían dejarme libre; pasé varios días sin dormir, sin que me importara más que recuperar mi relación con Dios, delirando con voces y figuras deformes. Tras superar ese lapso, el pastor decidió apoyarme en un pequeño negocio de legumbres en mi casa en un barrio popular. La verdad, fue todo un fracaso; bueno rescatando que, durante varias semanas mi nevera estuvo repleta de pepinos, coles y cebollas. Es que no bastó mi buena intención de devolverle la plata al Pastor, las oraciones que hicimos para bendecir mi proyecto y menos las madrugadas para surtir las pesadas cosechas. Llena de vergüenza por mi desacierto, demoré como un mes para regresar al culto. Cuando lo superé, hablé con Carlos Mario y le ofrecí disculpas pero, ni un centavo de su préstamo. No sé qué mal espíritu me invadía para que no sintiera remordimiento al verlo suplicándome que le devolviera esos ciento cincuenta mil pesos. Claro, le vi el cobre y en una conversación le dije que, no sé por qué se preocupaba tanto, que tuviera fe; que siguiera orando para que tuviera la bendición de poder reunir su dinero y, que si al fin yo no podía pagarle, la Biblia decía que como buen cristiano, debía perdonar mi deuda. ¡Por Dios, qué le dije a ese Señor!, me trató entonces de hereje. De todos modos me dijo que no me descarriara, que las ovejas debemos tener quien nos dirija, a lo que le respondí –luego de revisar en mi memoria el significado común de la palabra oveja: Animal mamífero, rumiante hembra que tiene el cuerpo cubierto de lana; es doméstico y se cría por su carne, su leche y su lana-: realmente me va a tener que disculpar, ya no me interesa ser una oveja torpe, que viva a la merced de las interpretaciones que Ustedes hagan de la realidad; si eso es lo que significa ser un buen cristiano, entonces hoy decido apuntar a ser un buen o mal ser humano…Pensándolo bien, tal vez, si me descarrié, pero conseguí mi libertad, la oportunidad de equivocarme por mi propia cuenta. Y hablando de cuentas, le devolví sólo treinta mil pesos y curiosamente no siento que le robé algo, lo que siento es no poder recuperar los miles, que pude haber usado en cosas más terrenales, mientras que me desprendí de ellos con la maldita fe de hacer lo correcto.
¡Aleluya!
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