Jeny, Jeny… escucho de nuevo, su voz se hace cada vez más fuerte, y abre la puerta del frente, escucho cómo sus pasos se acercan, y yo me encuentro ahí entre dormida y despierta, anhelando tan sólo cinco minutos más de siesta, y de inmediato la puerta comienza a abrirse ¡no, no -grito en mis pensamientos- ya amaneció! Los pasos se acercan, a mi cama llega, yo con los ojos aún cerrados, sin poder resignarme a que ya es hora de levantarme, siento cómo mi madre se me acerca, con un gesto de alegría, con sus manos me acaricia y un me da el primer beso del día, es imposible olvidar ese contacto con su piel, pues es tan suave como el algodón, como la piel de un bebé.
Es cocinera. Después de escasos diez minutos, de la cama me tiro como flecha, me dirijo al baño y mientras tanto allá esta ella, preparándome el desayuno, no importa que sea de madrugada, no importa que este enferma, no le importa nada, siempre y cuando me vaya llena, y aunque sabe que para despertarme yo tengo el celular, prefiere hacerlo ella, y sí que es hermoso abrir los ojos y encontrar el fino arco de sus cejas. Es la primera sonrisa, la primera palabra, el primer beso, el primer rostro, el primer paso, la primera caricia, el primer amor.
Y es entonces cuando me encuentro desayunando huevo, arepa y chocolate, que sus ojos cafés me dicen que me está cogiendo la tarde, se encuentra aquella mirada tan suya, esa misma que transmite el más puro amor, cuando me mira de esa forma me doy cuenta de lo mucho que me ama, sin importar que a veces “yo le saque la rabia”, esa mirada no desaparece, intenta ocultarse, huir de mí, pero por mucho que lo ansía no me logra persuadir.
Ella es especialista en las tareas escolares, en las labores de la casa, en enfermería, y maquillaje, sabe primeros auxilios y se preocupa cuando a la casa llega o hay un “herido”, de inmediato corre y se recoge su cabello negro para que no le estorbe a la hora de usar curas y vendajes y de esta forma aliviar con todo su amor el más profundo dolor. Mi madre es pues largas horas de cuidado, de consejos, de paciencia y de desvelos. Es un beso, una caricia, una sonrisa, un abrazo, el mejor tesoro, es el amor visible a nuestros ojos. El trabajo que ella tiene requiere que permanezca allí por años, sin quejarse, manteniendo y actualizando sus habilidades, ella maneja, “vuela”, camina, corre y en algunos casos usa sus poderes para “cumplir” sus obligaciones, todo esto hace mi madre, sin ningún tipo de reproche, con tal de demostrarnos cuanto es que le importamos.
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