Era una de esas tardes asoleadas, donde era difícil levantar la mirada, me acompañaba mi primo y bajo la apremiante sed nos reíamos de las banalidades de la vida.
“Vénganse hasta la Iglesia El Espíritu Santo y ahí siguen hacia la séptima etapa”. Así nos dijo Natalia, pero nosotros nos preguntábamos ¿la sexta etapa? Bueno en fin, seguimos caminando mientras pasaban los carros casi rosando nuestro cuerpo por la calle, pues ni siquiera había zona peatonal, pero después de varios sustos con los acelerados autos estábamos en el Porvenir, ese barrio que día a día crece inconmensurablemente y las casas se extienden hasta las grandes montañas que lo rodean, esas montañas que acompañan el paisaje del municipio de Rionegro.
Realmente no fue fácil llegar, primero visualizamos la hermosa Iglesia de el Espíritu Santo para después continuar con nuestra lento caminar. Yo miraba cada calle y sentía como si estuviera dentro de un laberinto, como de los que uno suele resolver de niño, pero este, si era real, me sentía dentro de un mundo extraño, pero no animado ni mucho menos virtual, era el laberinto en la Urbe. Todas las casas se parecían y los senderos parecían estar dibujados con las mismas medidas, los mismos ángulos y las mismas longitudes. Y aunque me aturdía la discontinuidad de los callejones, al fin llegamos.
Llegamos a la casita de la esquina, tenía puerta muy angosta y su estructura jamás la había conocido, era una forma de vivienda que se repetía secuencialmente en todo el barrio de la Séptima etapa. Para ingresar a la sala subimos unas escaleras en las que casi cabía sólo mi pie, eran demasiado estrechas.
Pero bueno, nos sentamos en la salita a descansar de los fuertes rayos del sol, a tomar un delicioso jugo de mango hecho por Natalia, luego ella encendió el televisor y el DVD, era sábado de risas, con Andrés López por supuesto. Me pido la ventana con frutica picada, fue nuestro motivo de carcajadas durante toda la tarde hasta el anochecer, el gran humorista nos llevó a hacer un recorrido por todas las regiones del país, incluyendo las comidas típicas y los episodios tradicionales de todo viaje tradicionales por Colombia.
Al terminar la irrisoria comedia, salió la luna y fue ella la que iluminó la noche para que con las cuerdas de mi guitarra culmináramos esa visita al laberinto en la Urbe. Si, fue la melodía de todas las voces alzándose en sólo coro y la armonía las que segaron esa noche y se aferraron al laberinto, en el que cada vez hacia mas frío, menos luz y más miedo. Más miedo para caminar, en busca de una salida, menos sosiego para perderme en las calles repetidas de la Sexta y más alegría por las risas suscitadas en una estrecha salita que como dice Aristóteles en su libro La Poética nos dotaron de fuerza buena y salud para el alma.
Por: Darly Marcela Botero Quirama
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