Comer, varía sólo en dos aspectos; el primero es el qué se come, como por ejemplo un filete miñón o una carne a la plancha, un ajiaco o un sancocho, una costilla en BBQ o un pescado frito, una langosta marinada o un sudado, y el segundo aspecto es en donde se come, como un restaurante tipo buffet o un express, una cafetería, un negocio de barrio, una hostería e incluso la casa.
Al entrar a un restaurante express nos sentamos como si este espacio fuera nuestro, eligiendo el dónde y cómo sentarnos, de repente se nos acerca un trabajador del negocio y nos saluda –buenas tardes, ¿qué desea comer?-, en el momento en el que nos entrega una carta hecha en cartón o en una hoja común plastificada, en la que se nombra cada uno de los platos con sus debidos precios, en el revés de esta se encuentran las bebidas, de las cuales muchas veces la mitad no están disponibles.
Cinco minutos después regresa el mesero que por cierto tiene un uniforme muy simple; un jean y una camisa con el logotipo del sitio. Le damos la orden clara de lo que deseamos; algo delicioso y que complazca nuestra necesidad. Pasados unos dos o tres minutos se acerca nuevamente el mesero, con gran destreza lleva consigo el plato y los cubiertos en una charola pequeña en una mano y la bebida en la otra junto a la servilleta.
Después de algún tiempo transcurrido y finalizando la comida nos recostamos en la silla para apreciar las noticias o algún programa que se esté presentando en el televisor que comúnmente encontramos en estos sitios. Nuevamente se acerca el mesero esta vez con una pequeña hoja la cual contiene el valor a pagar por el servicio prestado, valor que no supera los veinte mil pesos, cancelado este saldo regresa una vez más el mesero acompañado por las vueltas y unas cuantas mentas para pasar el día.
Ahora llegamos a un restaurante buffet, el cual al ingresar nos recibe un joven de buena apariencia y muy elegante, deseándonos la bienvenida y un buen provecho, pasamos y un mesero, vestido de forma muy elegante nos ayuda a acomodar en una de las muchas mesas que se encuentran allí, luego nos entrega una carta similar a un libro solo que con muy pocas páginas, decorado con el logo del restaurante en la portada de cuero, en la que encontramos los nombres de los platos con su precio algunos con nombres en idiomas diferentes al español.
Aquel mesero de forma muy paciente espera la hora en que ordenemos, al decirlo lo que deseamos y de anotarlo en un pequeño talonario se retira con rumbo a la cocina. Transcurridos unos diez minutos y después de tomarnos o comernos los aperitivos de entrada, se acerca el mesero con una charola metálica, brillante, en la cual trae todo el pedido, lo sirve uno a uno en nuestra mesa, todos los componentes para disfrutar el plato, el cual será consumido con la compañía de la música clásica que suena en todo el sitio.
Al terminar la comida, se acerca nuevamente el mesero trayendo con él un objeto muy similar a la carta, pero esta vez un poco más pequeño, en la que viene impresa una hoja con el símbolo del restaurante y especificando cada uno de los productos que fueron servidos. El precio no es menor a los veinte mil pesos. Y por último y cancelada la suma, nos entregan unos cuantos chocolates como postre.
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