Llegan en ciertas ocasiones acompañados, solitarios, angustiados, tranquilos, álgidos, optimistas, misteriosos, enfadados, acalorados, amables, preocupados, picaros, elegantes, sucios, sudorosos, caminando, en elegantes vehículos, en fin, pueden ser muchas sus diferencias, pero sus objetivos logran tener fines semejantes.
Así es como los ves, atravesando el umbral, llegando a este mundo lleno de códigos y signos extraños, de palabras elaboradas y terminología desconocida, si, el mundo de la salud, aunque en realidad, a veces debería ser llamado el mundo de la enfermedad.
En un lado de la ciudad se encuentra el Hospital San Juan de Dios, empresa del Estado que cuenta con una estructura de un tamaño promedio, primera y segunda planta, una sala de urgencias con veinticuatro camillas, y zonas de hospitalización para medicina interna, ortopedia, quirúrgicas y pediatría, además posee cuatro quirófanos para la realización de cirugías. Es un lugar tranquilo y sencillo, su ostentosidad se refleja en la amabilidad de sus empleados y no en sus elaborados y elegantes espacios.
Al oriente de esta misma región, se encuentra ubicada una institución privada en salud; la Clínica Somer, que en contraste con el hospital posee una planta física de cinco niveles distribuidos así: una sala de urgencias con veintisiete camillas, tres pisos para hospitalización, cuatro quirófanos, una unidad materna, UCI Neonatal y UCI Adultos. Es un lugar elegante, concurrido, con decorados más elaborados, pero eso no la hace ser mejor.
Estos dos lugares de la ciudad son frecuentados por quienes buscan aliviar un poco su dolor y liberar su cuerpo de molestias físicas. Hay quienes llegan sin un centavo en el bolsillo, otros por el contrario, con aires de grandeza por poseer un cané de medicina prepagada o mejor dicho, por ser “VIP”. Pero ni pobres, ni acomodados se salvan de las largas horas de espera que en ocasiones pueden transcurrir mientras son atendidos por el “famosísimo mediquito” que aliviara todas sus penas físicas.
Un lugar muy llamativo, elegante, agradable, grande, de paredes blancas encerrando el espacio por doquier y vigilantes no tan grandes cumpliendo esta misma función, otro, no menos importante, más modesto y amable, en espacio más pequeño, pero en intenciones y trato más “grande”.
El recorrido es extenso, iniciaremos por urgencias, la sala de espera a reventar en nuestros dos escenarios, el que llega se monta en una película de inmediato, es que no se puede pasar de esas cuatro paredes si no se tiene un carné, como si se tratara de una secta o de una sociedad secreta, detrás de grandes ventanas se encuentra una persona que recibe dicho documento, por lo general del sexo femenino, unos cuentan con suerte, pues esta persona los mira a la cara y les habla amablemente, pero hoy no es uno de esos días, ni me miran a la cara ni me sonríen, toda la atención está concentrada en pantallas y monitores, un aparato telefónico roba sus voces. Mientras esperan su turno, en el hospital los usuarios hablan entre sí, tratando de alivianar un poco lo molesto de esta incertidumbre, por el contrario, en la clínica, a pesar de la cercanía de cada silla, siguen siendo completos desconocidos, y las horas transcurren frente a un plasma gigante que logra desviar la atención y la angustia por algunos periodos.
Nuestro primer lugar, frecuentado por obreros, amas de casa, empleados, campesinos, algunos habitantes de regiones lejanas del oriente, desconocedores de este espacio y costumbres, temerosos de este nuevo entorno y sin muchas posibilidades de desplazamiento en este lugar ajeno. El segundo espacio, frecuentado por personas en las cuales se evidencia un poco más recursos económicos, solo con su apariencia, aquí también hay campesinos, pero son más escasos
Una gran pecera llena de colores, rodeada de unas pocas sillas y una secretaria siempre amable conforman el lugar por donde ingresan los pacientes de medicina prepagada en la Clínica Somer, que de humildad no tienen nada, llegan con exigencias y hasta hablando golpeadito, lujos que no se pueden dar otros de nuestros actores por no poseer la misma cantidad de efectivo en los bolsillos.
Después de traspasar la primera barrera, es decir, después de ser admitido en esta sociedad secreta y hasta excluyente, en la clínica logramos traspasar la segunda puerta de vidrio, que por el contrario de la primera se encuentra cerrada, ahora se abre ante nosotros, mostrando la entrada a un mundo desconocido, damos dos, tres pasos y nos encontramos con una puerta que sale de la pared de un largo pasillo, solo veo en letras negras un letrero que le da el nombre de triage, entro y allí está el “mediquito”, quien es el que diagnostica si mi recorrido por este universo es factible y necesario o no. Al entrar me encuentro con un individuo alto, moreno, corpulento, de buena apariencia, muy joven, es amable, pero siento que quiere atenderme rápido.
En el hospital San Juan de Dios, después de entregar el famoso carné el paciente también es evaluado por un medico que clasifica la urgencia, la ventaja en este lugar es que así tenga o no carné, de todas formas se recibe la atención médica.
Después de pasar por todas estas “pruebas” por fin podemos ingresar al real servicio de urgencias, la verdad es que acá las distinciones sociales no sirven de nada cuando de dolor y sufrimiento se trata, en esta situación no hay dinero que valga y hay si es verdad que todos somos iguales.
Pero no nos podemos hacer los desentendidos con realidades tan crueles, hay pacientes que requieren de la atención de un especialista, pero les toca esperar que el médico general los “vea” primero, otros, ni siquiera pueden pensar en especialistas, en cambio, los pacientes “VIP” o de medicina prepagada solo deben mencionar que desean ser vistos por un especialista (internista, pediatra, cirujano, otorrino), e inmediatamente este acude a brindar la consulta asi no sea requerida.
Hay quienes se mueren en las calles o en sus casas, incluso hasta en la puerta de las salas de urgencias sin recibir una atención médica, por no poseer un carné que certifica la afiliación a una EPS o la clasificación que da el estado para el SISBEN, por no tener dinero y por ser uno más de los que conforma la gran población pobre de nuestro país.
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