Verlo tocar era como escuchar sus latidos, las congas sonaban como suena su corazón y en cada latido desnudaba su esencia que, cual perfume, inundaba el ambiente místico y pacífico de aquel lugar de la más exquisita fragancia, una mezcla de olores dulces y ácidos que en una oleada impulsada por la fuerza inevitable del destino hicieron cruzar sus ojos con los míos. En ese instante mi espíritu y mi alma se conectaron con los suyos para hacerse uno en un abrazo que unos minutos después fue consumado sin siquiera haber cruzado una palabra. Sus brazos, sin poner resistencia, rodearon mis hombros quedando mi oído derecho un poco más abajo de su corazón e inclinó su cabeza para recostarla sobre la mía.
-¿Vos sos Laura la niña que va a cantar con nosotros?, fue la primera pregunta de varias que me hizo antes de presentarse, me sorprendió que supiera quién era yo con tal precisión. Se volvió más interesante. Nos sentamos a hablar, y mientras mis ojos se perdían en el movimiento de sus manos inquietas que parecen más de pianista que de percusionista, me bombardeó con una cantidad innumerable de preguntas que no logro recordar, una detrás de otra. Después del interrogatorio, él sacó sus propias conclusiones sobre mí – ¡Sos una artista! -. Luego comenzó a hablarme solo de música y a involucrarme en sus proyectos – Que bueno que grabáramos alguito y que vos me hicieras las segundas voces - Logró envolverme de tal forma que todo lo que decía me parecía un guión de una película en la que a la víctima no le queda más opción que acceder a las propuestas del galán seductor.
Fueron solo quince minutos de conversación y él ya sabía mucho de mí; yo en cambio, solo conocía de él su gusto por la música; ¡ah!, y que estudiaba comunicación audiovisual, supongo que fue por eso que logró involucrarme en su vida sin una razón aparente, lo último que pude descubrir de él ese día cuando se despidió fue su capacidad de olvido: - Ah, por cierto, me llamo Felipe.
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