Camina todos los días por el frente de mi casa, tranquilamente salgo al mediodía y lo encuentro cruzando mi calle, un hombre que no supera la estatura de un niño de 12 años con sus botas oscuras como la tierra, pero siempre impecables, gracias a su tic; cada cinco pasos en promedio se detiene junta ambos pies los observa y si le ve algo se agacha y los pule, pero no es lo único, su pantalón fácilmente camuflado con el pavimento y su camisa del color de las nubes, hacen de este hombre una figura que cada día me inquieta por saber que hace.
Y lo sé: es un hombre que ve por su familia y crió a sus cinco hijos, pero que antes de eso fue combatiente de la guerra en Corea, uno de los más destacados por sus más de quinientas misiones y por cuidar de su compañero de guerra y protegerlo en dos oportunidades de combates enemigos. Cada una de sus historias quedan marcadas en mi mente, cada palabra entra como el aire a mis pulmones, sus consejos compartidos con sus palabras dichas sin prisa o molestia alguna.
Él con unas cuantas secuelas en su rostro con su barba blanca a medio afeitar y su cabello oscuro como la noche y en altura de hombros hacen de su aspecto algo muy particular. Hacen de sus historias algo más creíble e interesante, su caminar es algo cojeado por su pie derecho que fue herido en combate y su mirada gacha, será por los recuerdos de su vida o por su gran obsesión hacia sus zapatos bien mantenidos. El sigue caminado cada día esperando la hora en que tenga que limpiar sus zapatos
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