COMPLEMENTO DE CARNE Y HUESO

Lo vi asomar en una esquina, llevaba una chaqueta negra y un pantalón claro, su piel era trigueña, lo miré mientras yo conversaba con el amigo que siempre llevaba su violín en la espalda y su bolso lleno de libros de música. Era lunes 21 de enero, mi primer día de clases y yo seguía sentada en una acera hablando con Andrés. ¡Arquitecto! Gritó Andrés. Miré y ahí estaba la silueta de aquel hombre, estaba absorta, ellos se conocían.

Inmediatamente nos paramos para saludarlo, él me estrecho su mano pero era muy frío en su trato. Juan Carlos Gutiérrez, era el nombre que aparecía en la tarjeta personal que nos entregó y nos dijo: “Yo estoy viviendo por acá cerca por si quieren pasar ahora” y así fue. Llegamos a su casa y entramos a su estudio, recuerdo que habían dos guitarras y un bajo, el cogió una y empezó a tocar, yo no salía de mi asombro, cada acorde, cada armonía eran impactantes, no dejaba de mirarlo y con su feeling me encantaba. Todo lo que estaba interpretando eran composiciones inéditas, recuerdo sus expresiones, su sonrisa al cantar, su pasión por lo que hacía y el gusto de su música; en mí crecía una sensación de alegría abismal porque su pasión por el arte de la música, también era mi pasión.Él me entregó su guitarra y me dijo ¡Canta algo! con miedo empecé a cantar mi bambuco favorito, “La montera”. Por sus gestos me dí cuenta que le había gustado y me dijo sonriendo -¡Al escucharte hablar yo no daba ni cinco por tu voz, pero cantando es otra cosa! Mi rostro se iluminó de felicidad y fue a partir de ahí que comenzó otro apartado de mi vida que hasta hoy perdura. Si, el hombre arquitecto fue el protagonista de ese nuevo aparte que marcó mi vida.

Cada vez que estábamos juntos, yo aprendía de cada una de sus palabras, descubría que sus conocimientos trascendían hasta lo humano y en muchas áreas, inevitablemente mi admiración crecía más y más. El generó en mi una transformación crucial, otra perspectiva musical con una orientación especial por las creaciones inéditas y una búsqueda de un estilo único; pero logró además de ese cambio, revivir el deseo de luchar y defender mis sueños, el motor de cada ser y de cada existencia.

La historia que ambos dibujamos ha estado cargada de instantes con una trascendencia enorme, recuerdo cuando viajamos en su moto en medio de la noche después de haber escuchado tantas flores sobre nuestro proyecto musical, las sonrisas eran las únicas que hablaban de nuestra emoción, de nuestra plenitud, de nuestras ganas de seguir por ese mismo camino toda la noche y de no dejar que la sensación paradisíaca que sellaba el instante se perdiera en el silencio. Rememoro además, la aventura más extrema que viví cuando viajamos por los aires arrastrados por esa cuerda que adornaba el paisaje de la represa de Guatapé, yo miraba hacia abajo y veía mucha agua, sentía un gran miedo, mis latidos eran cada vez mas rápidos, pero sólo su mágico beso calmó mis nervios. Después de haber llegado a la cima de la torre lo vi descender alejándose de mí, cuando de un empujón me lancé al vacío tras de él por esa cuerda que rodaba sin detenerse, cerré los ojos y sentía el viento fuerte que rosaba mi rostro, mi corazón se paró del vértigo indescriptible que me ahogaba y sólo descansé cuando él me recibió en sus brazos y yo todavía me sentía andando en el aire, como si mi cuerpo no pesara.

Y en este momento sentada en frente de esta hoja, viene a mi mente la noche de magia en la que el príncipe vestido de gris y corbata negra, fue en su carro blanco por la princesa más tierna y más hermosa, para acompañarla en su graduación, mientras los rostros nictálopes brillaban y todo era bello como en los cuentos de hadas. Él estaba para besar y tomar mi mano en cada instante, para poner todo a mi disposición, para contemplar mi ser y alabar mi belleza integral. Esa noche lo sentía parte de mí, como si sus dotes de caballero me pertenecieran y como si el encanto del príncipe y la princesa no se acabaría a las doce de la noche al sonar las campanas, sino que se extendería para toda la eternidad y por siempre jamás.

Y es que todavía vive en mí, el calor que me entregaba a través de sus manos y su abrazo profundo para amainar mis lágrimas en los momentos de tristeza que me atormentaban, no importando que por dentro fuera él quien se estuviera muriendo, el sólo expresaba su deseo de verme bien, con sus palabras dulces que alivianaban mis oídos aturdidos y que me llenaban de ánimo para seguir por el trasegar del día a día.Y ahora, la presencia mas vívida que impide que la llama de mi corazón se apague, fue cuando una mañana me cantaba con su guitarra “Que me enamore tu voz, que me enamore tu aliento… que me enamore tu vida, que me enamore tu cuerpo y que pase lo que tenga que pasar. Que pase todo, todito, todo que sin reservas voy a amar, lléname de ti de tu silencio y de tu paz” la primera canción que había hecho para mi y que tanto había deseado que brotara de su ser, mis labios no 0aislaban su sonrisa de la emoción, mis ojos no pararon de brillar porque era muy grande para mi, ser la inspiración de una creación tan significativa. Mi voz, su guitarra y su bajo fueron quienes dieron el producto final a la grabación de, “Enamórate de Mí”. El himno de nuestra historia.

Pero también está el sello tangible que ha acompañado nuestras vivencias, la piedra, en la esencia de su forma ovalada casi perfecta simbolizamos nuestro pacto del amor y de la música, pintamos dos guitarras que el final se unen y se funden los dos colores para dar cabida a un sólo ser que nace de ese arte compartido.

Pero ahora son mis labios los que se abren para decir al intérprete de esta historia, merecedor de todas mis dádivas, “Disculpa que te quiera”.