Es cuando la existencia misma se vuelve difícil, es cuando unos corren cansados por la vida mientras otros solo se sientan a esperar, y aun así son mas felices, es cuando los años queman las cabezas mientras otros se refugian bajo el techo de sus propios autos, y es cuando las madres del amor madrugan a acompañar a sus hijos a resistir un desesperante día de espera, solo por lograr diez sagrados minutos en el consultorio de un doctor, mientras otros los tienen personales y a veces no se sienten conformes. Es cuanto todas estas y muchas cosas mas son la realidad misma, el momento preciso donde podremos caminar por las calles y señalar el cielo o la tierra.
Aquí, en el Hospital San Juan de Dios de Rionegro, las personas hacen un intento desesperado por entrar, se acumulan por decenas y pareciese que todos se conocieran mientras las miradas se cruzan en el espacio, tan vez es porque la vida les dio los mismos golpes, o quizás han sufrido las mismas penas.
Madres, ancianos, campesinos se mezclan y hasta se rozan desesperadamente mientras una mujer ya marcada por los años vende sus helados en la entrada de aquel hospital. Todos tratan de lograr una entrada mientras el sol refleja en sus caras, y hace sudar sus cuerpos.
Mientras tanto, en
Unos entran, otros salen, algunos se recuestan en los muros, los corredores son angostos llenos de señalizaciones, unos sostienes pacientes documentos en la mano y algunos niños lloran. En el San Juan de Dios, se atiende hasta de a tres personas por consultorio, con un solo doctor y en la sala de espera, por cierto muy pequeña la desesperanza se refleja en medio de bolsos, llantos, documentos, olores y hasta gritos cuando el ambiente se vuelve pesado.
En
En un segundo bloque del San Juan de Dios, hay menos gente, pero claro esta que estas pocas necesitan rápido una atención, unas mujeres trapean y una burbuja, permanece ignorada con todos sus dulces intactos, una para todo el hospital, mientras en
El área administrativa se nota a un costado, limpia y sin un solo ruido, solo se ven corbatas, pantalones de paño y cabezas brillantes; pero aquí por lo menos se cruzan miradas, allá en
Y volviendo al San Juan, y estando en el segundo piso, la situación es mucho mas calmada y tranquila, las personas esperan sentadas mientras se entretienen mirando a los televisores, no muy llamativos si se comparan con los plasma de
Los corredores angostos de el San Juan, tan llenos de gente, de bancas, pero tan pocas que muchos en el suelo están. Al fondo, el corredor se torna oscuro, y al final del pasadizo, ya se pinta un cuadro que hasta miedo te da. Una mezcla de rostros, un poco de silencio y muchas sombras.
Aquí las miradas se tornan mendigas, mientras que allá, hasta sonrisas se chocan en el ambiente para ver cual es más notable. Aquí no, aquí solo se interesan en esperar un nombre al aire para saber cual es el nuevo afortunado y mientras tanto, los doctores pasan con sus delantales blancos de un lado a otro, mientras que allá, solo los puedes ver a través de grandes puertas de vidrio tallado con figuras y nombres, y aun así, sus rostros no se dirigen a ti.
Y pasando mis últimos minutos en el San Juan de Dios, y muy adentro, tanto que mas de tres personas me preguntaros que necesitaba, pero en sus rostros se notaba mas un deseo de ayudar que de fastidiar, pero en
Cuantas veces se repite la historia, cuantos días mas se perderán en los oscuros corredores de los hospitales. Cuantos rostros mas serán plataforma de soles terribles, cuantos años pasaron para que estas dos caras de la moneda se convirtieran en lo que son. Parece insignificante, pero cuando el alma se ve herida por la vida misma es cuando se hace mendigo vivir para algunos, y un mundo de baldosas brillantes para otros. Y de nuevo podemos caminar por las calles, y señalar entre el cielo y la tierra.
Daniel Santa Isaza
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