¿QUÉ HAY EN LA BOLSA DE LA ABUELA?

Eran como las tres de la tarde cuando llego la abuela. La bolsa blanca decía “Ley”, de seguro traía lo de siempre: pan, sardina, frijoles, arroz, masa pa’hacer arepas y galletas. Galletas de soda. Esa bolsa se arrugo mucho antes de que la abuela tocara el timbre, la bolsa crujió y sonó. Sonó. ¿Qué hay en la bolsa de la abuela? Yo lo sabía, yo sabía que si desataba ese moño que amarraba la bolsa, allí estarían. Yo iba por fin a crujir. Crujir como la abuela. Los dientes se chocan y las muelas se juntan y hacen crac-crac-crac. Como la mayoría de galletas, volviéndose harina en la boca, desasiéndose con la saliva pegajosa, absorbiendo todo, tragando todo, relamiendo todo y quedando nada. Nada. Solo el crac-crac-crac y un único problema: la abuela no compartía sus galletas de soda con nadie.

Prendí la T.V. Pase los veintitrés canales y en ninguno estaban dando “Popeye”. ¡Qué desgracia! Yo ya andaba como con pena, yo andaba como con miedito de decirle a la abuela que el chocolate se había regado, que el piso estaba sucio y que me estaban sonando las tripitas, que no había sido el primo sino yo la que se había comido los chocolates, que ya no quería escuchar más la voz de ese señor hablando en la radio y que si podía comerme una galletica.

Ella destapó el paquete, se sentó y apagó la radio. Sin café. Se le ha terminado. Olvidó comprarlo. Mal asunto, se dice, las tardes sin café desembocan en días tristes, lo sabe, siempre ha sido así. Opta por el cola-cao, pero no es lo mismo. Ella prefiere el chocolate para la merienda. Crujen, crujen las galletas en su boca. Allí esta ella. Mi abuela fea y regañona sentada en ese banco que la hace ver como una reina sin serlo. Con sus pies regordetes y deformes sobre la butaquita de mi abuelo. Sacando su lengua para remover las harinas que quedaron en sus labios. Otra galleta. Otro chasqueo. Luego no, porque las bañará primero en el tazón. Sigue echando en falta ese café. Pero ya no suenan. Yo prefiero el crujido, el crujido deseado pero delicioso. El crujido con los dientes y no con el paladar, su textura no cremosa ni esponjosa, sino crujiente. ¡Abuela yo quiero galletas de soda!

Hoy escucho como la bolsa se arruga mucho antes de que toquen el timbre. ¿Qué hay en la bolsa de la abuela? ¿Galletas crujientes? Si. Destapo el paquete, prendo el T.V, sirvo el chocolate caliente y crujo, mis dientes chasquean una y otra vez, las harinas se quedan pegadas de mis braquets y mis labios. Puedo crujir como la abuela, pero sus labios acaban de cerrarse para siempre. Ahora, surcadas sus mejillas, silenció.

Keren Flórez Ayala

UdeA Seccional Oriente