Mementos inolvidables

Estaba bailando un vallenato que estaba de moda, había mucho aguardiente, el mini equipo sonaba a todo volumen, los borrachos gritaban cuando salía una canción de su agrado, los mechones alumbraban dependiendo de cómo corriera la brisa, si venteaba fuerte se apagaban. Era el descubrimiento del amigo secreto, en un septiembre inolvidable, por lo hermoso de esas fiestas donde se disfrutaba al máximo. La comida era cerdo en todas las presentaciones: chicharrones, tamales, sudado y sancocho… era la integración total de la gran mayoría de los habitantes de mi vereda.
Se reunían en pequeños grupos para hablar de temas de su interés, música, cosechas, ganado, caballos, chismes; los hombres preguntando qué mujer los tenía como su amigo secreto, lo mismo las mujeres; los novios vivían su idilio, los niños corrían, los perros cachorros jugaban y los adultos peleaban, en los alrededores los caballos relinchaban, la terneros bramaban, el gallo cantaba a media noche. Todo mientras llegaba la hora del descubrimiento, como se le dice a ese instante del juego; había una algarabía total, penas, penas… porque en realidad a uno le daba pena pagar una penitencia delante de tanta gente.
Los regalos se abrían y se mostraban, regalos con los que muchos quedábamos satisfechos, aunque no faltaba el inconforme que no entendía que eso no era más que una fiesta de integración.
Venía la hora de comer, se disfrutaba ese suculento plato de cerdo y seguía la parranda hasta el amanecer, todo era sano, no habían discusiones, peleas… solo un par, que sobrios y borrachos eran amigos, pero de vez en cuando se levantaban a trompadas, luego se abrazaban y seguían tomando de la misma copa, como si nada hubiera pasado, aunque tuvieran la boca o la nariz rota. Ya en la mañana a los que nos tocaba ordeñar, comenzábamos a hacerlo, pero no faltaba el que se quedaba dormido y despertaba con un baño de leche, porque una vaca le pateaba el balde… que cosas tan inolvidables.
Pero desperté de mi novela porque todo este recuerdo me vino una noche que escuché una canción de Diomedes Díaz que tiene como título El regreso del cóndor, que estaba de moda en ese tiempo y era la que yo estaba bailando. El poder de los sonidos, nos llevan al recuerdo más recóndito de nuestra mente.