Mis sentidos se agudizan, nada existe; estoy solo con mi cuerpo. Mi cabeza da vueltas y vueltas, estoy tan tranquilo, su resonancia me relaja, me transporta.
Llevo semanas esperando este día, las boletas están compradas y la “pinta” preparada, durante horas me he estado arreglando. ¡Por fin estoy listo!, es momento de salir, mis amigos me esperan y la noche es joven, la luna brilla, todo es perfecto.
Una onda vibratoria se escucha desde dos calles antes, cada que caminamos se hace más fuerte. Mientras más cerca estamos mi piel se extrémese, la euforia de las personas que tengo cerca me contagian, me llenan de energía.
Los sentidos se enajenan mientras los minutos transcurren. Al entrar las luces me ciegan, las paredes del lugar retumban. Los 50.000 watt de potencia están a punto de estallar al igual que mis tímpanos, el estruendo dentro de mis oídos se convierte en estimulo que activa una sinapsis que por orden de mi cerebro hace que se muevan mis manos, piernas y todo mi cuerpo.
Cierro los ojos mientras mi mente se transporta a un lugar desconocido para todos, su eco se funde en mí, complementándome, haciendo que me olvide del mundo, llevándome a las estrellas; sintiendo como el éxtasis se apodera de mi cuerpo. Los tambores retumban, soy presa suya, me transformo en su marioneta moviendo las manos y los pies al ritmo de una sinfonía vibrante y estridente la cual espero nunca se detenga.
Son las siete de la mañana, el retumbar se detiene lentamente y con él bajo del cielo, pongo los pies sobre la tierra, retorno a mi mundo con mis problemas y devenires esperando al otro fin de semana, para poder salir de nuevo, esperanzado en encontrar otra melodía como esta que me haga volar de nuevo.
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