UN VIAJE AL RECUERDO

Mónica, una joven de 19 años y sonrisas a granel, es una compañera de este viaje multiforme a la profesionalización. La dulzura de su madre es algo que no puede esconder, esta mujer que creció sin su padre, pero rodeada de sus primos, tías y abuelas. Dice que a pesar de tener que viajar a Oriente para recibir las clases de Comunicación Social- Periodismo, se aferra a la idea de sobrepasar cualquier obstáculo hasta lograr graduarse.
Al ubicarme en la dirección que me escribió Mónica Arbeláez, me pareció curioso que esa dirección conhincidiera con la de mi abuela materna en sus últimos días de vida, una calle que significó la idea de ciudad.
Asombrada por la multitud de casa de ladrillo naranja, las calles pavimentadas y el sin número de carros, trascurrieron los ocho días de las primeras vacaciones en el año de 1988, en un ambiente totalmente distante de mi pueblo. Este paisaje, en nada se parecía al escaso caserío de vareque, en el que no se sospechaba siquiera la llegada de la luz eléctrica; en donde llegaba diariamente un número de autos que se podían contar en los dedos de mis manos, con las que resolvía los ejercios de la matemática de primero elemental; y, es que en ese encuentro con la “civilización”, me llenó de orgullo y al regresar a la escuela, me convertí en el portavoz de la vida en la ciudad, de experiencias que pude vivir allí.
El nuevo encuentro con las imágenes que guardaba del Castilla de los ochenta, me permitió pensar en que el asombro depende de las espectativas y de los conocimientos previos. Ya no me emociona el tráfico ruidoso que circula por la calle 80, en donde la estatua desgastada de René Higuita sigue erguida; ni menos las casas enpinadas hacia el cielo en las que ya no se ven las tiendas en las que compraba dulces y bolis. Me asombra, que el paso de los años marchitó el jardín de mi abuela.