¡Oh, que tranquilidad! Pensé en un momento…miré a Darly, continúe pensando que tal vez su voz melodiosa y su calma en el salón de clase proviene de este lugar que habita. Sí, que más podría esperarse si no el debido aprovechamiento de tan privilegiado hábitat.
Mientras caminábamos un poco por esta inmensa finca detecté desde lejos un árbol que por mis conocimientos reconocí que era de mísperos, había algunos maduros y solo bastaba dar unos cuantos pasos sobre el prado (aprovechando un descuido de la susodicha), agacharme y atraparlos con mi mano derecha pero estaría robando y no lo creí justo, a quien muy amablemente me abrió las puertas de su casa; tampoco me atreví a pedirle permiso para cogerlos y dejé que pasáramos de largo aunque mi boca se hiciera agua, ¡es que esos pequeños frutos me encantan!
Una, dos, tres, cuatro y cinco con la del perro, son las casas que hay construidas allí, todas pintadas de un color naranja que dan un buen contraste con esos hermosos prados que sigo imaginando día tras día, tal vez alguna vez vuelva a pisarlos y que ni crea que evitaré las ganas de lanzar lejos mis zapatos y correr descalza hasta el cansancio.
Como nada es para siempre, llegó la hora de irme, mis pies se negaban a salir de allí y mis ojos algo rebeldes no querían dejar de mirar mientras en mi mente los pensamientos dialogaban, “no, no, Darly otro ratico mas”. En lo que nos alejábamos con rumbo a la Universidad, me imaginaba una próxima visita con unos deliciosos mísperos y unas horas sobre ese verde que espero nunca cambie de color….
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